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- N° 12 (2024) / Issue 12 (2024)
- “¡Es química no más!”. Afinidades horizontales entre niños y construcción del parentesco en la calle (La Paz, Bolivia)
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“¡Es química no más!”. Afinidades horizontales entre niños y construcción del parentesco en la calle (La Paz, Bolivia)
Résumé
« ‘C’est juste de la chimie !’ Affinités horizontales et construction des liens de parenté dans la rue (La Paz, Bolivia) ». Si l’absence de famille est un élément clé dans le discours des Nations Unies pour caractériser les enfants de la rue, la manière dont ces derniers se la représentent et la pratiquent reste largement inexplorée. En dépit de conditions d’existence extrêmes, les enfants (La Paz, Bolivie), qui s’auto-dénomment ‘chicos’ (« petits garçons ») créent des liens familiaux, tout en réinterprétant les relations et les termes classiques de la parenté. Rattachés à diverses activités quotidiennes, ces derniers ne reposent ni sur le principe d’alliance, de filiation ou de consanguinité, mais sur des affinités choisies et horizontales. Les enfants tentent ainsi d’effacer les hiérarchies pour générer des relations affectives et symétriques. L’analyse permet finalement de nuancer la vision de l’aide humanitaire selon laquelle les enfants de la rue seraient surtout les victimes passives de leur destin, sous-entendant qu’ils ne peuvent apporter de réponses qui leurs sont propres pour tenter de le transformer.
Abstract
“‘It's just chemistry!’ Horizontal affinities and the construction of kinship in the Street (La Paz, Bolivia)”. Although the absence of a family is a key element in the United Nations’ discourse to characterize street children, the way in which those concerned represent and practice it remains largely unexplored. Despite extreme living conditions, the children (La Paz, Bolivia), who call themselves “chicos” (“little boys”), create family ties, while reinterpreting classic kinship relationships and terms. Attached to a variety of daily activities, they are not based on the principle of alliance, filiation or consanguinity, but on chosen, horizontal affinities. In this way, children attempt to erase hierarchies to generate affective, symmetrical relationships. In the end, this analysis nuances the humanitarian view that street children are above all passive victims of their own fate, implying that they cannot provide their own answers in an attempt to transform it.
Abstracto
Si bien la ausencia de familia es un elemento clave en el discurso de las Naciones Unidas para caracterizar a los niños de la calle, la forma en que ellos se la representan y la practican permanece en gran medida inexplorada. A pesar de las condiciones extremas en las que viven, los niños (La Paz, Bolivia), que se autodenominan “chicos”, crean lazos familiares, al tiempo que reinterpretan los lazos y términos clásicos del parentesco. Estos no se basan en el principio de alianza, filiación o consanguinidad, sino en afinidades elegidas y horizontales. Así que los niños intentan borrar las jerarquías para generar relaciones afectivas y simétricas. Por último, este análisis contribuye a matizar la visión de la ayuda humanitaria según la cual los niños de la calle son ante todo víctimas pasivas de su propio destino, lo que implica que no pueden aportar sus propias respuestas para intentar de transformarlo.
Tabla de contenidos
¿Déficit o invisibilización del parentesco entre los niños de la calle?
1Hasta la década de 1990, la población de Bolivia era predominantemente indígena y rural, rasgos que compartía con Guatemala, El Salvador y Ecuador (Banco Mundial 2017). Si bien el primer rasgo es controvertido – el “etiquetado étnico oficial” depende de los criterios de definición utilizados, como la vestimenta o la lengua (Lavaud y Dailland 2007) –, el segundo no parece serlo tanto. La tasa de urbanización de Bolivia – superior al 4% anual – sigue siendo una de las más altas del subcontinente, casi igual a la de México y Brasil (Instituto Nacional de Estadísticas [INE] 2001 y 2011). De los más de 12 millones de habitantes del país, casi 2 millones se concentran en La Paz y sus alrededores. Situada en la cordillera de los Andes, la ciudad recibió migrantes de las comunidades del Altiplano o de los centros mineros ya abandonados de las regiones de Potosí o Cochabamba (Cortes 2000). Con el tiempo, la ciudad se extiende cada vez más hacia El Alto (en el sur) localizada a más de 4.000 metros de altura. Con su millón de habitantes, se ha convertido en la cuarta ciudad del país. En la década de 2000, El Alto ya se percibía como la “ciudad de los pobres”, nombre que proviene de la multitud de personas buscando un trabajo que siempre es precario (Baby-Coll (Baby-Collin 1998).
2Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), los “niños de la calle” pertenecen a una categoría de personas formada por “jóvenes” de diferentes edades – en este caso “niños” y “adolescentes” – que constituyen un “problema social” (Boyden 1997). En términos analíticos, los niños de la calle no pueden confundirse con los “niños en la calle”, que “pasan allí el día o trabajan” y se “reintegran por la noche” en “un hogar normal”; el concepto tampoco se aplica a los “niños mendigos” y a los “niños vagabundos” (Olivier de Sardan et al. 2003)1. En este capítulo, uso el término de dirección y de asignación local, “niños”, que adoptan los interesados y que la mayoría de los adultos y/o de las instituciones les dan. En la década del 2000, las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales estimaban en cerca de 10.0002 el número de niños que vivía permanentemente – día y noche – en las calles de La Paz y de El Alto, aunque la cifra, según Cavagnoud (2014), varía entre 1.000 y 6.000 individuos, dependiendo de los criterios. Durante el decenio del 2010, Cavagnoud estima que una docena de instituciones, de varios tamaños y alcances, se dedica a los niños de la calle3.
3Pocos estudios se refieren a las concepciones que tienen los niños del parentesco, a la forma en que establecen vínculos, juegan con las reglas e inventan prácticas o términos. Sólo se pueden mencionar unos pocos: Levine y Price-Williams (1974) o Chambers y Tavuchis (1977). A pesar de la importancia del tema, no existen investigaciones etnográficas sobre la naturaleza de los vínculos entre los niños de la calle (aparte de Panter-Brick [2001] y Suremain [2006]); pero sí existe mucha literatura sobre los niños de la calle (véase el resumen de Rizzini [1996] sobre América Latina, América del Norte y Europa)4. Por su parte, los informes de las “agentes de desarrollo”5 difunden la idea de que los niños de la calle son altamente “vulnerables”6 a causa de la falta de presencia de adultos para orientarlos en su integración a la sociedad (véanse los sitios web de las organizaciones, nota 3). Para el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), “la calle sustituye a la familia como foro de socialización”. En otras palabras, como lo dice Lucchini (1998a: 357): “en el discurso institucional conformista”, los niños se presentan como las desafortunadas “víctimas” de un contexto general de conflicto (político y económico, entre otros) sobre el que no tienen ningún control, debido a la falta de educación, de protección o de referencias adultas (ver también Gentile 2004; Guillermet 2010).
4Este “déficit familiar” estaría en el origen de que estos niños se conviertan en delincuentes o en peligros para la sociedad y para ellos mismos. Según las “instituciones conformistas” a las que se refiere Lucchini (UNICEF, ONG, etc.), este déficit justifica la intervención de “adultos responsables” capaces de supervisarlos y guiarlos. En cierto modo, estos adultos sustituirían a sus inexistentes familias. Este esquema de causalidad lineal no tiene en cuenta el hecho de que los niños, incluso en situaciones muy precarias, pueden crear por sí mismos vínculos de parentesco y fuertes relaciones afectivas tanto con los adultos como con sus iguales. Este esquema ignora las opciones que los niños de la calle pueden tomar para construir las diferentes redes de apoyo emocional o material que crean las relaciones de pseudo-parentesco. En el paradigma de la ayuda internacional, centrado en el adulto y el niño miserable, o incluso en el “niño víctima”, el parentesco sigue siendo privilegio de quienes viven en situaciones “normales”, es decir, que viven fuera de la calle.
5Ante tal paradoja, varias preguntas guían mi reflexión: ¿cuáles son los vínculos que unen a los niños de la calle? ¿Cuáles son los fundamentos antropológicos de los términos de parentesco utilizados por los niños para nombrar y dirigirse a sus compañeros? ¿Cuáles son las implicaciones de la designación del grupo al que pertenecen (como “pandilla”, “familia” o “hermandad”)? ¿Cuáles son las extensiones y los límites de las “afinidades electivas” que sustentan la concepción y la práctica del parentesco entre esos niños?
6Intentaré responder a tales preguntas a partir del análisis de datos recogidos en 2002 con niños que pertenecen a la misma pandilla. Estos niños, de edades comprendidas entre los 6 y los 15 años, la mayoría de los cuales ronda los 10, se autodenominan “chicos”, término coloquial que significa “niño pequeño”, o Los Solitarios: el primero se utiliza más como un término de dirección entre los niños en sus relaciones interindividuales; el segundo se refiere al grupo de niños en su conjunto, y por tanto se utiliza más como término de referencia.
7Su modo de organización, que hace referencia continua al parentesco, así como las diferentes prácticas individuales y colectivas de supervivencia diaria que los chicos llevan a cabo, serán abordados a la luz de lo que llamo la noción de “afinidad horizontal”. Se podría definir, de manera operativa, como un tipo de agencia dirigida al parentesco. Asimismo, esta noción apunta hacia el tema del “parentesco electivo”7, que exploraré dentro de sus características, contornos y límites.
8La investigación es tanto el resultado de una serie de elecciones voluntarias como de circunstancias y oportunidades singulares. Inicialmente, se me pidió que participara en la publicación de una obra fotográfica humanitaria destinada a la venta, cuyos beneficios debían invertirse en un programa de reinserción social de niños de la calle (Luz de Esperanza 2002). Para ello, recopilé las historias de vida de una quincena de niños que el programa había reunido y que querían participar en la publicación y venta del libro. Elaboré una tabla de análisis y, a continuación, realicé una serie de entrevistas – sobre temas que iban de los menos problemáticos a los más íntimos (relaciones sociales y territorios, salud y alimentación, violencia, consumo de drogas y/o alcohol, situación familiar, entre otros) – a una decena de miembros de Los Solitarios, algunos de los cuales aún no se habían incorporado al programa de reinserción. Por razones obvias de disponibilidad, seguridad, discreción y sobriedad, las entrevistas tuvieron lugar en El Alto, en los locales del programa. Se completaron con observaciones realizadas por los propios chicos durante nuestros paseos por las calles y se enriquecieron con el contenido de diversas conversaciones informales.
9Con edades comprendidas entre los 6 y los 15 años, la mayoría de ellos habían huido de sus padres – a causa de la violencia en sus hogares –, pero algunos también habían sido expulsados por sus padres al tener una nueva pareja. Estos niños se enfrentan a un pasado violento y trágico, marcado por la ruptura con su familia. Además de los acontecimientos que les llevaron a la calle, todos tenían en común el hecho de ser adictos al alcohol y/o a las drogas. Frente a la incertidumbre del futuro, intentan sobrevivir en el presente.
El idioma del parentesco entre los chicos de la calle
10Contrario a lo divulgado por las instituciones internacionales y las ONG, con la intención de proteger al “niño víctima”, la investigación con, para y sobre los chicos revela la complejidad y la estructuración de la organización de la vida cotidiana en la calle (Suremain 2013). En vez de observar pandillas juveniles anárquicas y sin referentes simbólicos o sociales, se destaca el uso de varios términos de parentesco clásicos que tienen un significado específico en el contexto de la calle.
La absorción en la pandilla
11Tanto el universo espacial como social de los niños de la calle se centra en las pandillas a las cuales pertenecen y en los lugares que ellos se apropian para dormir, comer, consumir droga (“volar”), beber o trabajar (calles, bosques, banquetas, puentes…). Cuando llega un nuevo chico a participar en las actividades8 del grupo, sus miembros lo designan como “amigo” y ellos, de igual forma, se presentan ante él como sus “amigos”.
12Una vez que el nuevo miembro demostró las cualidades requeridas (como valor, coraje, tolerancia al alcohol…) para ser integrante, el empleo del término “hermano(s)” reemplaza al de “amigo(s)”. Los chicos hablan entonces de “la familia” o de “hermandad” para designar a su pandilla, lo que refuerza el carácter construido y organizado del grupo. Con un fundamento afectivo fuerte, estos términos remiten a una concepción electiva de los lazos sociales expresados en la terminología del parentesco. No hay rituales formales de incorporación del chico a la familia o a la hermandad como tales: por lo general se trata de un proceso de integración corto, explicitado por la participación del nuevo miembro en las actividades diarias de la pandilla. El hecho de saber beber o drogarse es valorado, aunque no se trata de una obligación. La integración del chico remite entonces a un tipo de experiencia compartida que permite consolidar un lazo afectivo9.
La atribución del apodo
13La incorporación a la pandilla es operacional cuando sus miembros otorgan un apodo al nuevo integrante. Tampoco hay reglas fijas: el apodo surge de la repetición de las actividades de sobrevivencia, así como de la observación de los chicos. Mientras a uno le dicen Burrito porque es “terco”, como se supone que son las mulas, a otro le dicen Gusanito porque se esconde, “tal y como hacen los gusanos”. También pueden referirse a elementos de la naturaleza, como el Relámpago, para un chico que tiene “ideas fulgurantes”, o el Trueno, para el que “suelta pedos” inesperados. Los apodos pueden remitir a rasgos físicos: a alguien le dicen Gordito porque tiene “barriga” o Chinito “porque sus ojos son rasgados”.
14Es notable que los chicos casi jamás usan su nombre de nacimiento: algunos no lo conocen o lo han olvidado. Varios conservan su apodo a pesar de los cambios que sucedan a lo largo de su vida, incluso si pasan a otra pandilla o si salen de la calle. El caso más llamativo es probablemente el de un chico que muere y a quien sus hermanos sepultan en el cementerio. El apodo se escribirá claramente en la tumba, por lo general encima de su nombre de nacimiento, si es que se lo conoce. De cierto modo, parece que la muerte sella de forma definitiva la ruptura del chico con su familia biológica y lo integra por la eternidad a su familia simbólica, cuyas bases reales él ha escogido o lo han elegido a él.
El aplastamiento del género
15Cuando los chicos se dirigen a las mujeres de la pandilla utilizan la palabra “hermanos”10. Así como en el caso de los varones, se atribuye a las niñas apodos que no siempre tienen vínculo con su sexo: remiten a sus cualidades, personalidad o defectos. Aunque no se puede descartar la posibilidad de relaciones sexuales, rara vez se mencionan. Sin duda sería exagerado afirmar que existe una prohibición del incesto, pero es preciso reconocer que hay un cierto tipo de “respeto” entre los miembros de la misma pandilla, el cual excluye el uso de la fuerza o la coacción sexual. Por supuesto que los chicos tienen juegos que implican contactos físicos más o menos violentos, pero siguen siendo lúdicos y con reglas. Por ejemplo, los niños o las niñas se acurrucan unos contra otros para protegerse del frío de las noches; se acuestan en el suelo y fingen besarse. Estos momentos remiten a una forma de complicidad que evoca más los juegos entre hermanos de las familias “normales” que a prácticas sexuales.
16En la pandilla, es sistemático que los miembros olviden el sexo femenino y se llamen “amigos” y “hermanos” entre ellos. El “aplastamiento del género”11 que resulta de este olvido del sexo opuesto no consiste en masculinizar a las niñas, sino más bien en confundir a los dos sexos en un género inédito, dominado por el estatus de “chico” de la calle. Como complemento al uso de apodos que permiten la caracterización de los individuos, el uso del género único contribuye a reforzar la cohesión del grupo.
Horizontalidad y simetría de las pandillas
17Falta la referencia a un individuo, real o imaginario, que indica quién es el fundador de la pandilla. Tampoco se menciona la transmisión de un mito de origen o relato que explique el nombre de Los Solitarios. Es la reputación de la pandilla la que se transmite. Los niños conservan más tiempo la memoria de los espacios o acontecimientos que han marcado su existencia como individuos y como grupo. Por ejemplo, si no recuerdan exactamente en qué año se produjo un acontecimiento, saben reconstruir y contar las circunstancias que causaron la muerte de un hermano, cómo cayó, qué causó sus heridas, o cómo se llamaba la enfermera que lo trató.
La emergencia del “padre temporal”
18Dada la relativa ausencia de referencias temporales, parece contradictorio que los chicos reconozcan un líder, que se identifica fácilmente porque los miembros del grupo ya no utilizan su apodo para dirigirse a él, y que siempre nombran “Jefe”. Aunque él encarna más un “jefe de familia” o un “padre”, no utilizan estas palabras. El Jefe habla de “sus chicos” o “niños” cuando se dirige a los miembros de la pandilla. En todo caso, la condición de Jefe es temporal y no perjudica a nadie. De manera informal y sin ceremonias, fue reconocido como tal por sus hermanos porque se distinguió por su “valor” o “fuerza” en combates contra pandillas rivales o por su capacidad para vender o consumir alcohol y/o drogas, por ejemplo.
19En la medida en que el reconocimiento del Jefe depende de su arrojo personal, y no de una herencia, de un nombramiento o de la edad, él puede volver a ser un hermano normal en cualquier momento. Si el estatus de Jefe no depende de la edad, tampoco se hace referencia a la edad real dentro de la pandilla: todos dicen que son “chicos” a pesar de las diferencias entre ellos. De hecho, en Los Solitarios conviven niños y jóvenes de 6 a 15 años, sin ninguna consideración a la primogenitura. Por otra parte, ser Jefe no excede, cuando mucho, más allá de algunas semanas. No se trata de la emergencia de un “padre para la vida”, sino de la persistencia de la figura de un padre ocasional o temporal, que se fundamenta en actividades compartidas o hechos concretos, y no en una representación fija de la filiación. Así que los chicos no reconocen la autoridad instituida para siempre; más bien rechazan todo tipo de inscripción generacional definitiva en términos de grado, de acuerdo con la terminología de parentesco que utilizan, para privilegiar lazos elegidos.
Las pandillas mayores y menores
20Las pandillas son de tamaño muy variable: pueden contar de 20 a 100 chicos. Su morfología y número depende de la frecuencia de los fallecimientos, del abuso de droga y/o del alcohol, así como de la violencia (heridas), enfermedades (cirrosis, neumonía) y accidentes (caídas, atropellamientos). Cuando un conflicto estalla entre pandillas rivales, una u otra pueden aumentar, para reducirse pasado cierto tiempo. La explosión de un conflicto es la ocasión para detectar formas de solidaridad, que a su vez revelan jerarquías que se fundan en relaciones de primogenitura preexistentes. En efecto, existen pandillas que se dicen “mayores”, pero también están las que se consideran “menores”. En ocasiones, ocurre que una pandilla mayor auxilia a una menor con el fin de compensar su desventaja en una pelea. Se trata de un tipo de protección efímero e inestable que no se prolonga en el tiempo, además de que tal protección no desemboca en un chantaje duradero de parte de la pandilla mayor hacia la pandilla menor.
21Se podría pensar que la dicotomía entre mayor y menor remite a las diferencias de edad de los chicos; también que las pandillas fuertes están encabezadas por Jefes de más edad. Una observación prolongada lleva a inferir que la primogenitura se relaciona más bien con el tipo de actividad ilícita que predomina en el grupo en algún momento. La toma de un riesgo elevado parece ser un criterio de distinción. Por ejemplo, existen pandillas especializadas en el robo de autos o de casas. A las que se dedican al tráfico de droga se les llaman mayores. Otras, como la de Los Solitarios, cometen rapiñas ocasionales, pero no de forma estructurada. Las pandillas menores se centran en su sobrevivencia cotidiana, por lo que sus delitos consisten en procurarse frutas frescas y latas de sardinas.
El compadrazgo callejero
22En sus peregrinaciones, los chicos mantienen relaciones calurosas con algunos adultos: comerciantes, vendedores ambulantes, choferes de bus, doctores y enfermeras o policías. Dicen que esas personas los consideran y les “tienen respeto”, o sea, que no los desalojen del lugar en el que se encuentren. Con esos adultos parece haberse construido una relativa relación de confianza. Por ejemplo: los chicos saludan a las vendedoras del mercado que les permiten llevar algunas frutas que no se pueden vender; dan una sonrisa al guardia de un almacén y que les permite llevarse cartones usados que les sirven para dormir; discuten con las enfermeras quienes les regalan pastillas (los llaman “dulces”) contra los dolores de estómago o de cabeza.
23A los adultos involucrados en estos intercambios, los chicos les llaman “compadres” y “comadres”, palabras del vocabulario del parentesco simbólico. Muy extendida en toda América Latina, el compadrazgo es una institución que une a dos familias no necesariamente emparentadas mediante un niño (Christinat 1989). En este caso, la familia del niño que recibe la protección por parte de sus compadres es la pandilla. No existe ningún tipo de reconocimiento formal al establecimiento de esta relación, pero sí un vínculo de reciprocidad: mientras que unos protegen a los chicos, estos se comprometen a evitar robos en puestos o daños en infraestructuras (roturas en puertas de casas o de macetas en el cementerio…). Contrariamente a la relación de compadrazgo clásica en su versión andina, el vínculo no es para toda la vida: se puede romper en cualquier momento, sobre todo si una de las contrapartes no respeta las relaciones de confianza y de buen trato mutuo.
24Los chicos de la calle mantienen nexos con adultos que proceden de un universo que escapa a la órbita del parentesco clásico fundado en las relaciones de alianza y consanguinidad. La repetición de las interacciones es la base del vínculo. Tal vez sea por esta razón que el compadrazgo es tan popular entre los chicos porque así recrean lazos con las personas mayores que les parecen dignas de interés y que se han ganado su confianza. Mediante el compadrazgo eligen no dar relevancia a la presencia restrictiva o a la autoridad arbitraria de los adultos, como se supone que es el caso en la relación padres/hijos: los escogen porque les conviene a ellos e intercambian protección. No la reciben de forma pasiva, sin capacidad de respuesta, como si estuvieran vulnerables. La declinación muy singular del compadrazgo callejero pareciera ser una variante inédita de protección mutua que supera los marcos del compadrazgo en su versión ortodoxa.
Las prácticas cotidianas que van fortaleciendo el parentesco
25La construcción de vínculos entre los chicos – quienes adaptan la forma de las relaciones familiares aunque su significado esté reinterpretado – está ligada a la ejecución de actividades de sobrevivencia. Tanto el parentesco como su práctica no pueden considerarse de modo autónomo: las actividades de los chicos (alimentarse, trabajar, dormir) permiten fortalecer sus lazos de parentesco y, a su vez, entender mejor su forma y contenido12.
Encontrarse como grupo en el cementerio
26Al final de la tarde, numerosas pandillas se dan cita en el cementerio general de la ciudad de El Alto, el cual constituye un lugar privilegiado para consumir drogas y alcohol sin miedo a ser atrapados por la policía. A excepción del día domingo, cuando está repleto de familias, no hay días para dejar de ir allá. En el momento en el que los chicos sienten los efectos de las sustancias consumidas, intentan hacer “arreglos” con los guardianes del cementerio – que a veces pueden ser sus compadres – con el fin de quedarse a dormir seguros en el sitio.
27Cabe señalar que no hay peleas en el cementerio: es la “zona de todos”, un espacio de refugio y pacífico que se diferencia de la calle. La relación de los niños con la muerte es un tema que hay que explorar, pero se podría pensar que la muerte evoca la paz, una ruptura con la vida terrestre. En este sentido, el cementerio no es solamente una zona donde los chicos dan rienda suelta a sus prácticas de consumo, sino que la apropiación del lugar se acompaña de una forma de apropiación simbólica de la muerte: como si los chicos, al frecuentar el sitio que la materializa y que la expresa, intentaran familiarizarse con ella, incluso domesticarla. Casi nos podemos imaginar que el cementerio logra encarnar un tipo de hogar y los muertos sus tranquilos habitantes. Éste es al menos un espacio donde los chicos se reconfortan y buscan consuelo, al lado de sus hermanos difuntos.
Hacer un callu
28Entre las actividades que requieren de mucho tiempo, está la comida. Los chicos llaman callu al proceso de recolección de alimentos o de dinero cotidiano; le dicen también “hacer la búsqueda” o “pedir limosna”. La palabra callu aplica para nombrar el plato que permite preparar la comida, que frecuentemente consta de “una ensalada” a base de cebollas, tomates y sardinas, que acompañan de pan. A veces varía la preparación según la generosidad de los compadres. En días como Navidad o durante la Semana Santa, reciben “pequeños pedazos de pollo o de pescado”. Al platillo entonces se le llama Callu real, nombre que proviene de un centro comercial popular que se encuentra en el centro de la ciudad. Sin embargo, ya sea en el cementerio o en la calle, los niños suelen compartir una sola comida al final del día.
29En cuanto al abastecimiento de alimentos, hay dos vías no excluyentes. La primera consiste en recoger alimentos gratuitamente cerca de los lugares donde los vendedores que mejor conocen y que pueden ser compadres: les ofrecen productos frescos y se los ponen en las manos. En cierto modo, estas distintas personas cumplen funciones parentales. Tras el cierre del mercado, los niños siguen deambulando entre los puestos y consiguen recoger la fruta y la verdura que se va a estropear. También buscan comida en los vertederos, si los otros vagabundos que frecuentan el mercado se lo permiten. La segunda forma es recaudar dinero de las actividades (legales e ilegales) que los chicos realizan durante el día. Pero no todos son capaces de ganar dinero debido a su deteriorado estado mental y físico. Los que “trabajan” tienen empleos muy variados, como voceador en camiones, lustrabotas y limpiadores de basuras o letrinas. Trabajan para otro chico o para un adulto de confianza y se les paga por trabajo. Sea cual sea el modo de abastecimiento, los chicos no comen solos, sino siempre juntos y después de haber recogido toda su comida y sus ganancias.
30En el callu se combinan la recogida de dinero, la preparación colectiva de la comida y la denominación del plato preparado. A estas dimensiones hay que añadir el acto de comer juntos. Para ello, los chicos buscan un lugar resguardado para protegerse del viento y la lluvia, pero también de la policía o de las pandillas conflictivas. Una vez instalados, el “padre temporal” de la pandilla coloca el callu en el suelo y permite a los chicos sentarse en círculo, tras lo cual cada uno se sirve con su propia mano o con una cuchara que ha conseguido. El ambiente durante la comida es tranquilo; como los chicos están muy hambrientos y cansados, la comida tampoco se prolonga.
31Más allá de su función alimenticia, la organización de un callu refleja las relaciones preexistentes entre los niños, contribuyendo a mantener y reforzar los lazos casi familiares que los unen. En términos de Jeudy-Ballini (1998), se trata de una especie de “parentesco nutricio” o de la creación de un tipo de parentesco basado en los cuidados alimentarios. El callu también se refiere al despliegue de una versión del “entorno nutricio” que he propuesto definir como: “todas las personas, adultos y niños, que pertenecen a lo que se denomina ‘la familia’ en una sociedad determinada y que participan de diversas maneras en la alimentación” (Suremain 2007: 37). El callu permite así poner de relieve un tipo de parentesco elegido en la medida en que la configuración actual va más allá del parentesco, así como del modelo clásico de la familia.
La vigilia y dormir en los “torrentes”
32Un callu siempre termina con el consumo de drogas o alcohol. Antes de la comida, los chicos cuentan chistes y comparten anécdotas y recuerdos de algo que ha ocurrido durante el día. Cuando las anécdotas son divertidas, se interroga al chico que las cuenta, que recuerda la caída inesperada o la borrachera de un hermano. Se establece en esta ocasión un tipo de relación jocosa entre los chicos13. Las anécdotas son a menudo tristes: recuerdan escenas de la vida de un hermano fallecido, un accidente o una enfermedad. También los chicos comparten sus visiones cuando sienten los efectos de las drogas: visualizan bombillas hasta que explotan o se miran “hasta que aparece un animal”. Estos momentos compartidos recuerdan a los vínculos que experimentan los chicos “normales”, aunque los detalles del contenido de los intercambios sean diferentes. Comer juntos y pasar tiempo juntos ayuda a reforzar el afecto y los lazos de hermandad (Martial 1998).
33Por otro lado, dada la violencia del viento, la lluvia y las frías noches, es esencial que los chicos encuentren un lugar protegido donde dormir. Los mejores son muy populares, así que no es fácil encontrar uno libre. La búsqueda puede ser peligrosa si una pandilla más numerosa opta por el mismo sitio. No es raro que los niños acaben durmiendo en medio de una acera o en el exterior de un banco. Los lugares ideales que cumplen estos requisitos se llaman “esquinitas”, “casitas”, “lechos de río” o “torrentes”. Estas palabras significan tanto un lugar donde el individuo se siente seguro como muy mojado, lo que parece ser una alusión a los charcos de agua que remojan a los chicos.
34Una vez allí, los chicos se organizan. Empiezan colocando el cartón que sus compadres les han dejado llevar, de manera que no se moje demasiado rápido. Durante la instalación, los niños se burlan de sí mismos: hacen como que orinan o beben. A través de su imaginación, parecen transformar sus precarios refugios en efímeros hogares. Cuando se despiertan, cuentan sus sueños, llenos de drogas y alcohol: la vigilia y el despertar son el recuerdo común.
35Como si estuvieran en un hogar “normal”, guardan sus cajas, recogiendo las que todavía sirven. En este sentido, la palabra “esquinita” puede entenderse como una metáfora del hogar; confirma la importancia de compartir un hogar para construir lazos de hermandad (Cadoret 1995; Ennew y Swart-Kruger 2003; Kovats-Bernat 2006). Aunque la esquinita no sea más que un cuasi-domicilio, el hecho de buscarlo, elegirlo, designarlo como tal y compartir mucho tiempo allí con los demás niños, contribuye a la construcción y al fortalecimiento de los vínculos de parentesco los chicos.
Conclusión: ¿Tendrán parentesco los chicos de la calle?
36¿Qué lecciones podemos deducir de las descripciones y análisis anteriores sobre el uso del parentesco y su recreación a través de una serie de actividades compartidas y de representaciones por los niños?
37Una primera lección sería que los lazos que les unen reflejan términos y relaciones de parentesco preexistentes que, a su vez, dan lugar a nuevos modos de relación. Los chicos se apropian de términos (padre, hermano, compadre/comadre, entre otros) que corresponden a relaciones de parentesco clásicas (padre-hijo, fraternidad, compadrazgo, etc.), para darles un nuevo significado y contenido. El Jefe, como “padre temporal”, y los compadres/comadres, como homólogos iguales, ocupan el mismo rango genealógico que los chicos: ilustran lo que los chicos valoran en el parentesco. En el compadrazgo clásico, se establece una relación duradera, elegida para toda la vida, entre adultos, con el objetivo de cuidar y/o proteger a un niño. En este caso, los chicos tienen el mismo rango genealógico que los adultos del compadrazgo clásico, mientras que el chico que los une es aquí una abstracción: encarna a todos los chicos de la pandilla, pero no a un chico en particular. Del mismo modo, la relación también puede romperse si un chico o compadre no se comporta de la manera esperada que implica la relación de compadrazgo. Del mismo modo, el Jefe sigue siendo un “chico entre chicos” y no goza de ninguna prerrogativa que lo convierta en un ser superior; al contrario, su condición puede perderse en cualquier momento.
38Los nuevos lazos creados a partir del parentesco tradicional reflejan la tendencia de los chicos a borrar las jerarquías, incluido a nivel generacional. No hay que subestimar la “fuerza centrípeta” de la pandilla: también puede ser fuente de conflictos entre sus miembros, lo que lleva a algunos de ellos a separarse del colectivo. El nombre de Los Solitarios hace referencia, por cierto, a la tensión entre la integración y la dislocación de los chicos dentro del grupo, a pesar de sus actividades compartidas. El nombre podría entenderse en el sentido de que las normas a veces se les escapan o se aplican de forma circunstancial. El robo, por ejemplo, es habitual entre los chicos de una misma pandilla, pero no contradice el “espíritu de familia” que lo fundamenta.
39Otra lección es que el establecimiento de una relación jocosa entre los chicos, sobre todo a la hora de dormir, y la atribución de un apodo a cada uno, dan fe de la creatividad de los miembros de la pandilla en el ámbito del parentesco. Por un lado, es conocido en la literatura antropológica que las relaciones jocosas expresan un tipo de parentesco único dentro de la familia, incluso en el caso de los niños (Sow 2017), una de cuyas funciones es aliviar las tensiones (Kennedy 1970). Por otro lado, sabemos que los apodos se utilizan dentro de las comunidades, o en pequeños grupos o familias (Bromberger 1982). Pero el hecho de que los apodos se inscriban en sus propias tumbas va más allá: los incluye, para toda la eternidad, en la familia o hermandad que han elegido. En cierto sentido, el apodo sustituye al nombre de nacimiento: corresponde a la pertenencia a la “familia real”, cuyos fundamentos son la hermandad y la consanguinidad.
40En este sentido, la sustitución de la palabra “niño” por “chico” puede tener un significado relevante. La primera palabra se refiere explícitamente a la filiación y a la edad. En cambio, el segundo término parece más abstracto y se refiere al estatus del individuo en la calle. “Chico” evoca una horizontalidad ausente de la filiación; “niño” remite más a la verticalidad por etaria y, por tanto, a la autoridad. En la medida en que estos chicos experimentan una ruptura de sus lazos sanguíneos, sustituyen la palabra niño por otra que está en sintonía con su vida cotidiana.
41Otra enseñanza es más teórica. A pesar de la precariedad de su situación, la construcción y organización de los lazos que unen a los chicos se basan en la realización de actividades comunes que se repiten a diario (comer, buscar cartón o un lugar donde dormir…). La noción de pandilla o hermandad, como marco general, permite crear y recrear relaciones de parentesco en sentido amplio, es decir, una “red de relaciones interpersonales socialmente reconocidas centradas en el ego” (Barry et al. 2000: 724) y el parentesco, que fortalece a la pandilla y viceversa. Estos lazos no se basan en relaciones de consanguinidad, filiación y alianza, como en el parentesco clásico. Los chicos tampoco mencionan los “lazos de sangre”, sino que valoran la “confianza” o el “buen trato”, como en el caso de los compadres que eligen, porque ofrecen algo o se hacen favores mutuos. “Es química no más”, dicen. El término indica algo biológico, pero no a través de la sangre. Así que no se trata de una relación unidireccional de protección, en este caso vertical, sino horizontal. Lo mismo ocurre cuando un amigo se une a la pandilla: se convierte en hermano o hermana una vez que se ha establecido una relación de confianza mutua. En este contexto, las actividades cotidianas permiten reactivar la confianza, lo que desemboca en la creación de un vínculo de hermandad.
42Aunque no se basen en lazos de alianza y consanguinidad, estas relaciones establecen vínculos de parentesco entre los chicos y personas no emparentadas, por lo que estos vínculos pueden considerarse una forma de “parentesco electivo”. De ahí que se justifique el uso del concepto de “afinidades electivas” Goethe (1988) – así como horizontales y simétricas – en lugar del de consanguinidad o filiación vertical, y/o alianza14. La afinidad se refiere aquí a los vínculos que unen e incluyen a niños en una red de relaciones interpersonales al final de un proceso de “fraternidad electiva”. La pandilla, la hermandad o la familia no es una institución social preexistente, sino una red de parentesco que los niños van creando y activando día a día.
43Ahora la problemática de la transmisión del parentesco y de los términos que la sostienen en caso de que los chicos tengan sus propios hijos sigue siendo abierta. Cabe preguntarse sobre su estatuto: ¿Cómo van a llamarlos los hermanos de la pandilla? ¿Qué tipo de relación tendrán estos niños con los hermanos de su padre? ¿Qué pasará con los hijos de estos niños? ¿Desaparecerán los lazos de parentesco o se desarrollarán, incorporando nuevos vínculos, términos de dirección, actitudes? Las mismas preguntas se pueden hacer sobre las compadres y comadres de los niños de la calle: ¿Qué pasará con estos vínculos que tienen sentido en un contexto concreto? La cuestión de la descendencia hipotética de los hijos pone en tela de juicio los límites de un sistema de parentesco basado en afinidades horizontales. ¿En qué medida se transmiten las afinidades?
44Sin embargo, hay que subrayar el carácter construido, estructurado y relativamente eficaz de los vínculos que unen a los niños de la calle, a pesar de las condiciones de precariedad y violencia extremas en que viven. Ahora, aunque no debemos subestimar estas dificultades, no podemos reducir la vida de los niños a una sucesión de crueldades y humillaciones que los convertirían en víctimas pasivas o criminales y con un destino que les escapa, como sugiere a menudo la literatura militante, técnica o humanitaria.
45Si bien es cierto que la vida cotidiana de los chicos está muy marcada por las peleas, la enfermedad, la muerte y las drogas, no todo es caos, violencia y huida constante de la realidad a través del consumo de alcohol y drogas. De hecho, existen vínculos muy fuertes entre los chicos que les permiten tener una vida social y afectiva, aunque estos vínculos se desarrollen al mismo tiempo que las actividades de sobrevivencia. En otras palabras, no cabe duda de que la vida cotidiana de los niños de la calle se hace eco del concepto de vulnerabilidad de la ONU. Estos niños responden claramente a los criterios de pobreza, exclusión y precariedad contenidos en la definición del término15. Sin embargo, a pesar de esta vulnerabilidad, hay que reconocer que también son capaces, hasta cierto punto, de crear, imaginar, tomar decisiones y actuar, sobre todo en el campo del parentesco. Puede que esta capacidad no les permita cambiar estructuralmente sus vidas, pero sí mejorar el curso cotidiano de las mismas.
46Esta observación, que contribuye al polémico diálogo sobre la agencia (Lancy 2012), abre la discusión sobre las fronteras porosas de la “infancia vulnerable”, el lugar real y simbólico ocupado por los niños de la calle, el estatus que les confiere la sociedad y la identidad que adoptan y que transforman a la vez (Nieuwenhuys 2003; Gülgönen 2014).
47Resulta evidente que la situación de los niños ha cambiado en los últimos 20 años, desde la última vez que realice un trabajo de campo en Bolivia. Las noticias que recibo regularmente del programa de reinserción indican, por ejemplo, que las niñas participan ahora activamente, además de formar parte de las pandillas. También tienen un espacio reservado para ellas en el centro de rehabilitación, que desde entonces ha sido adquirido oficialmente por la Asociación. Al margen de estas inevitables transformaciones, las dinámicas descritas y las cuestiones planteadas son siempre capaces de suscitar interrogantes sobre la relación entre la antropología del parentesco y de la infancia, por un lado, y su contribución a la antropología general, por otro. A pesar de la distancia en el tiempo, los retos científicos relativos a los niños de la calle no han cambiado drásticamente. Las tensiones entre el niño vulnerable y el niño actor, dotado de agentividad, en este caso a través del parentesco, siguen existiendo. Eso me parece justificar, en otros campos etnográficos, la continuación de estudios sobre el parentesco de los niños, que trascienden tanto las consideraciones morales tanto los objetivos intervencionistas de las organizaciones humanitarias.
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Notes
1 Cf. Aptekar (2017) para una discusión reciente y documentada.
2 Cf. sitios web: Dirección Regional del Menor (Dirme), Organización Nacional del Menor y la Familia (Onamfa), Enda Bolivia o Fundación La Paz.
3 Entre otros: Hogar de Niños Alalay, Fundación Arco Iris, Fundación La Paz, Programa de Prevención para Niños en y de la Calle de Enda Bolivia, Kaya Children International o Luz de Esperanza, donde realicé la investigación.
4 Carter (1984), Lucchini (1998b), Scheper-Hughes y Hoffman (1998), Tessier (2005), Davies (2008), Pérez López (2009), Cavagnoud (2014) y Champy (2014), entre otros estudios.
5 “The term [development agents] includes here a wide variety of actors in development discourse and practice, from individual consultants, policy makers, I/Ngo staff and their affiliates, national and regional/local organizations, advocacy groups, and religious/charity based organizations” (Hoffman 2014: 98).
6 Cf. Cheney (2010) para una crítica de la noción.
7 Desde finales de los 70, las denominaciones “pseudo-parentesco”, “parentesco paralelo”, y los adjetivos “ficticia”, “artificial” o “voluntaria”, engloban estudios sobre el parentesco “electivo” o “escogido”, la adopción, el fosterage de niños y el parentesco espiritual y simbólico (Fine ed. 1998).
8 No uso la palabra “trabajo” en el momento de describir y conceptualizar los oficios de los chicos para no caer en las trampas de una discusión sobre las características del trabajo infantil (sobre el tema, véanse Bourdillon et al. [2010]).
9 Sobre las relaciones entre hermanos, entre otros: Alber et al. (2013). Sobre la amistad, cf. Bell y Coleman (1999).
10 Por esta razón, utilizo la palabra genérica de “chico”, excepto en casos particulares.
11 El término es de Élodie Razy (comunicación personal).
12 Cadoret (1995) muestra como los niños acogidos en familias anfitrionas crean relaciones de parentesco compartiendo tiempo y actividades.
13 Se trata del conjunto de “actitudes codificadas entre dos (tipos de) padres o afines, que toman la forma de una gran libertad de tono y de comportamiento, e implican, por parte de una, ciertas familiaridades o intimidaciones entre las que la otra debe acomodarse con buena gracia. La relación puede ser (o no) recíproca” (Barry et al. 2000: 729).
14 Los afines no son únicamente aliados o padres por alianza, como en la terminología de parentesco clásica, cf. Barry et al. (2000).
15 Estos criterios acercan a los niños de la calle a los ‘niños soldados’ que personifican el arquetipo del ‘niño víctima’ (Bodineau 2014).